lunes, 14 de marzo de 2011

Pasos uno y dos




Yo solía dormir en una cama que daba al cielo, hasta que una noche en que llegué a casa una sombra cruzó frente a la luz encendida y tuve que aprender a cerrar los ojos. Recibí una llamada a las dos de la mañana en que me decían que todo había sido una mentira, pero ¿quién se preocupa de hacer caso a ese tipo de llamadas? De cualquier manera algo se había terminado y a esa hora era imposible conseguir cigarrillos. Era necesario satisfacer el deseo, calmar la adicción.

Vivía en un departamento de dos habitaciones. El color de la alfombra diferenciaba los ambientes y el baño no tenía más que azulejos. Sobre la mesa de centro había un par de revistas viejas, de esas que se leen de atrás para adelante en el baño, con un tabaco en la mano para tratar de encontrarle algún sentido. Me paseé desnudo por la habitación con la sábana como toga y le bailé break on through a la de turno mientras desnudaba hábilmente, con el pulgar de mi pie derecho, su cuerpo que temblaba sorprendido de mis habilidades. Ella desapareció en medio de la cuarta línea del texto de la llamada. No hay cigarrillos. Me enfrenté por primera vez a los yoes que me aquejaban, venían de visita, que destrozaban y me desbaraté heróico escabulléndome en medio de la batalla de la arena entre trago barato y drogas caras para la zona. Ella dormía junto a la escalera y yo no dormí esa noche mirando una estampida de nubes blancas que huían en el vacío del cielo negro de Montaña. Salí a fumar con la cajetilla en la cintura dentro de la toga y pude escuchar cómo se quemaba cada rabito del tabaco. Hay veces en que me duele la piel, en que quiero salir, en que deseo estar en otra parte, pero no lo hago por temor a la adicción. Esta noche será la última, me dije mientras me deslizaba hacia su cuerpo y me metía por los ojos para regresar montado en el ella y hacerme el amor. Esta vez será la última de la noche, dije casi al amanecer, exhausto en el cuerpo de ella y sin cigarillos.
Desayuné con mi pareja y me desentendí del olor obvio a mí que tenía la mujer del fondo de la mesa que apenas podía mantenerse en pie bebiendo café sucio. Me desnudé y fui al mar a beber agua salada. Al regreso sentí que todos sabían qué estaba pasando. Una vez más jugué de tonto y me acosté a dormir como si nada hubiese pasado. Esa noche me dolió de nuevo la piel y se repitió el rito. Al amanecer del domingo estabamos todos consumidos.

Hay un tipo frente a mí que me intriga, lo veo tan cercano a mí, tan familiar que siento un suave confort ¿Será tan obvio que lo miro tanto? Puedo jugar a la difícil, hacerme la desinteresada, la ausente y seguramente estará detrás mío. Aunque debería lanzar primero el anzuelo, una mirada, una insinuación… pero no sé, ya siento que está pasando algo, hoy, mientras bajaba a la playa, antes del desayuno, me miró y tuve que evadirlo, aunque he sentido sus ojos dentro de mí, hay algo cercano, hay algo adictivo en él. Anoche, cuando salí del cuarto a fumar me sentí observada, excitada, tuve que caminar cautelosa, tuve que deslizarme, hay algo, yo sé que hay algo, pero no se todavía si sea tiempo de lanzarme, no; de lanzarle el anzuelo.

El camino de regreso se ve eterno y el jeep revuelve mis vísceras y me convulsiona, me obliga a cambiar al asiento de atrás, al cuerpo de atrás. El deseo atraviesa los carros y toca al último de la fila donde me espera cansada, adormecida con sus profundos ojos grises cubiertos por párpados desdoblados que garantizan la seguridad de mi no entrada. Su cuerpo baila al compás de los baches de la carretera y me recuerdan las convulsiones al hacer el amor, de su cuello delgado serpenteante, casi sin columna, con vida propia. Nos detenemos en una vieja gasolinera y ella despierta y me abre la puerta, entro y la adicción nos lleva a buscar un lugar donde quemarnos por un momento, donde salir del fondo y tomar un respiro. El naranja muta a morado y las luces danzan erráticas al compás de la carretera lunar y muestran ojos animaloides de canicas entre el follaje negro a esta hora, mientras la luna bucea en un mar lejano que llega a los oídos con segundos de retraso.

Mi adicción ha llegado a un punto de malestar con su ausencia, lo busco ansiosa entre las sombras, en las miradas de otros hombres, preguntándome sin cesar en qué estación se quedó, en qué cabina no se subió de nuevo a la caravana. Y lanzo las cartas y me enfrento a lo que me espera y siento que sé que va a pasar, que pronto lo veré, que una vez más va a tenerme, a llenarme de todo lo que es él. Ebullición. Ella está muerta desde que se despidió de la playa. Son las 2 de la mañana y tengo que hacer una llamada telefónica.  La sangre como alarma lo llama asustado, temiendo dejar de ser, y veo pasar a muchos y no lo veo pasar, y lo veo irse, y lo siento abandonarme y quiero más y no lo disfruté lo suficiente. Voy a morir. Hoy me voy a morir.


Extraído de Sólo Abre desde Adentro, 2008.

No hay comentarios:

Publicar un comentario