viernes, 12 de noviembre de 2010

Las cosas que menos importan



Una mujer lejana espera a que una palabra la mueva, una ciudad alejada, un acento, una atención distinta, la posibilidad auténtica de que algo pueda pasar después de la soledad prolongada, el volver a creer en que las cosas existen tras un apocalipsis, un mar turbio, un horizonte barrigón, un perro que jamás volverás a ver, Diana corriendo tras el viento, por el viento, con el viento, huyendo entre el espacio creado entre letra y letra, marcando el paso a nuevas palabras, el cielo con el guiño de un sol algo más distante, las calles adoquinadas, el césped frío y estéril, los mismos textos dichos en otras músicas, las palabras de otros, tristemente vendidas en una plaza por unos pocos pesos, la bandita de pueblo eufórica y pintoresca, el frío subiendo las paredes de cientos de edificios sin pintar, casas donde cualquiera puede vivir, más no habitar, el arrepentimiento, la duda, la maldita duda, lo lejano de la sonrisa de alguien que te ancla y te pide, a punta de rechazos que vuelvas, la conversación amena con los más lejanos cercanos, caras distintas en billetes desconocidos, esquinas que llevan a otras curiosas realidades, niños que saben más que muchos adultos qué carajo pasa por tu cabeza, el agua natural, la temperatura ideal, la costumbre de beber como no lo hacen otros, la maravillosa posibilidad de enamorarse cada cinco minutos, las bromas de doble sentido, las incoherencias dentro de un mismo idioma, el vino, la ceguera, el aire y el peso, la moneda y la balanza que se mueve del otro lado de tu continente central, música de lo que será algún día. Un ilwn que observa en silencio en la esquina de una ciudad, continente o planeta que no es el suyo, cómo el mundo discurre a otro ritmo, a otro color del que lo rodeó, hasta que por fin decidió ir un poco más allá. Los taxis, las nubes, los monumentos y las iglesias parecen observarlo, analizarlo, desarmarlo y reconstruirlo. Una ráfaga de viento cruza la plaza central y lo eleva hasta la punta más alta de la iglesia que reina en la ciudad, siempre será un placer hablar entre palabras, siempre será importante alucinar. La negra Esther nos espera a todos a la vuelta, el frío de lo ineludible está allí, caminando, abrazándote a ti mismo como si no tuvieses a quien más abrazar, como si fueses lo último que te queda. Seguramente ellael está en otro país. Seguramente yotu lo estás también. ¿Desde dónde escribo?, no lo sé realmente hoy. Hay que cargar la alforja de recuerdos y detenerse a beber vino en cada ciudad, ser cuidadosos en cada palabra y tomarse el tiempo para reflexionar. Desde lo alto del campanario, el ilwn mira absorto a la ciudad sureña de las aguas turbias y se siente enamorado, aunque miserable por dónde le ha tocado ir a morir. He robado tanto en mi vida que ya ni la vida me pertenece. Un niño juega con mocosas pelotas de tennis y salta bailando sambita entre los autos de la gran ciudad. ¿Pertenecer? Puede que sí. Y buscando curioso desde la cima, entre la gente que pasa apurada y no mira los discos de pare, descubre una mujer que desea recelosa, más que nada en el mundo ser amada, que se siente fea, que se sabe fea, que se destruye despintando sus paredes con alcohol, que es toda sucia por fuera pero tiene tan limpia su habitación, esperando a ver cuando abre sus puertas de nuevo, como las putas que cierran los ojos, como los besos a corazón abierto. En el sabor de la comida, en la vida del agua mineral, en los fríos del tenedor y el cuchillo, en lo agrio de la mayonesa, en lo dulce de la salsa de tomate y el obvio amargo de la soleada mostaza, en el crujir de los dedos, en la curiosidad de ver una sonrisa que estás seguro, ni verás jamás de nuevo, en poder distinguir a un tipo en el techo de una iglesia de una simple idea de un cuento, en bajar las escaleras y reflexionar para no saltar, en tratar de acercarse a los seres humanos, en intentar amar de nuevo, en volver a confiar en las palabras, en volver a utilizarlas, en mirar tus pies y pensar cuánto habrán caminado y aún no llegas a ninguna parte, en descubrir que el tipo de plaza y la mujer que quiere ser amada pueden tener una historia en tu mente, en saber que las aguas turbias son mejor que la sequía que tienen muchos, en abandonar los hoteles, en despedirte de aeropuertos, en alejarte de los que están lejos, en saberte solo en el puto mundo, rodeado de todos los que intentan comprenderte para justificarse, en el ilwn que baja cruzando la frontera, atraviesa la calle entre los carros que insultan y tratan de no atropellarlo y las palomas que vuelan haciendo su show de postal y al niño que en cámara lenta deja caer una pelota y la recoge mirando a lo lejos, pensando en los pesos que no va a ganar, en su acelerado paso en medio de la plaza donde todas las estatuas lo observan de reojo y él va decidido con su parabrisas empañado a recuperar el tiempo perdido a fijarse como yo, en las cosas que menos importan, acercarse a la mujer, a alguna específica mujer, y darle lo que tanto espera. Y ese saber que puede que nunca sepamos qué pase, se constituye, con un poco de amor y buena azúcar, lo que nos mueve a subir a la iglesia, huir de las palomas y volver a esperar en alguna vieja puerta, a algún olvidado amor, a una buena copa de vino, del verdadero, del tinto, a mirar hacia atrás y descubrir que las ciudades fantasmas tienen su encanto y que empiezas a extrañarlas cuando hablas mal de ellas, que ansías dormir en tu cama, pero disfrutas hasta el final lo curioso de la ajena, que sabes que puede ser que a la vuelta no veas este cielo desde esta parte del mundo, que las palabras suenan distintas en otras bocas, que los besos se muestran extraños, que tus pasos no te pertenecen de nuevo, que el hombre sobre la iglesia, el niño y aquella mujer pueden ser tú mismo, que alguien esté pensando más allá de lo que hoy tú piensas, que hay una sonrisa perturbadora en el hombre que escribe, que las palomas te observan, y el agua turbia lo sabe muy bien, que puede ser que sea otro el que lea, que puede ser que seas tú quien escribe, que los recuerdos nunca se acuerdan de molestar, pero los llamas siempre a reafirmarle el nombre, que el erotismo jamás será derrotado por el mejor de los sexos, que las quimeras son todas nuestras y no cuestan, que las manos siempre estarán ahí, que el hilo nunca se rompe -puede debilitarse- pero nunca se rompe, que el vacío siempre está cerca, que el silencio nos condena, que no encontraremos nunca las palabras, que esa ansiedad me destroza, que tengo treintayuno y que nos los tengo, que nunca los tuve, que las cosas pasan, que las pasas cosen, que cada día estoy más cerca, que los personajes vuelan, que miro por el retrovisor y aún no encuentro la partida, que te olvidas de las voces, que los cafés aún humean, que te acuerdas de Bahía, que Guayaquil en los setentas, que las máquinas, que el ego siempre es demasiado grande, que cuando crees haber llegado a alguna calle, volteas y estás a mil cuadras y mil noches de distancia, que la locura es hermosa, que la belleza es eterna, que las palabras te llenan, que el recuerdo de una mirada te puede llevar lejos, que lo que viví hoy lunes no lo cambio por nada, que reírme con Martha es como reírme conmigo, que los amigos son un boleto al pasado, que mañana el café puede no tener azúcar, que voy a amar lo amargo de mi vida, que aún me emocionan un par de buenas piernas, que me apasiona su sonrisa, que me intimida saber que nos acercamos, aunque el riesgo de alejarse aumente con la proximidad, que acepto el temor y que como el ilwn, al fin bajo con cuidado, que al final del agujero dejado en este papel por el punto final, empezará, en alguna parte mía, en alguna de mis caras, algo poco importante, pero al fin, algo nuevo.

Miguel

No hay comentarios:

Publicar un comentario